
Ya se habían dado un largo abrazo.
De esos llenos de tristezas y emociones y sexo del después.
Ya habían bebido la última copa. La de la despedida.
Que ambos conocían.
Y detestaban.
Y alejaban.
Y esperaban cada vez con la misma intensidad.
Ya las miradas perdidas se confundían con ese cielo gris que ella nunca olvidará.
(Cada vez que lo veía llovía y eso era como una maldita premonición. Como un llanto. Como lo que vendría.)
Ya no quedaban mas que los recuerdos flotando en el aire, con esos cuerpos livianos y ese aroma inolvidable que se llevaba luego de cada tiempo de aquel amor que, aún vencida, no ha vuelto a ver.